Con sus 70 metros cuadrados, el salón es el corazón de la casa. Un espacio donde la luz natural inunda la estancia a través de tres grandes ventanas de madera, dos orientadas a levante y una a poniente, creando un ambiente acogedor a cualquier hora del día.
La cocina, abierta, se integra perfectamente con el espacio favoreciendo la convivencia en torno a la mesa de madera extensible a 2,5 metros de longitud acompañada por las sillas del ajuar de la abuela, testigos de incontables momentos compartidos.
En los días fríos, la estufa de leña se convierte en el alma del hogar, proporcionado una calidez envolvente que alcanza también a las habitaciones.
Para el descanso y la comodidad, el salón cuenta con dos sofás ideales para relajarse frente a un televisor de 42 pulgadas o disfrutar de una buena conversación.
El equilibrio entre lo rústico y lo contemporáneo se refleja en cada detalle: paredes blancas, suelo gres con tonos marrones, ventanales de madera de roble, donados por unos amigos que los quitaron de su casa de la playa y que fueron hechos de forma artesanal por el padre de mi amiga y "vecina" Mónica; una barra decorada con piedra de pizarra con la encimera de pino recuperada antes de que fuera pasto de una barbacoa. Todos ellos son elementos que aportan carácter y autenticidad al espacio.
Para los momentos de ocio y entretenimiento encontrarás un estante con juegos de interior y otro con una selección de libros de lectura que invitan a disfrutar de un tiempo de relax en un entorno cálido y familiar.
Además, la conexión wifi garantiza que puedas mantenerte conectado.
Ya sea junto al fuego, alrededor de una mesa o disfrutando de una cálida luz natural, el salón es un lugar pensado para vivir, compartir o desconectar